Lago de Tuz

Tuz Golú

La idea desde un principio era ir en coche de la zona de la Capadocia hasta Pamukkale y la Riviera turca. Al haber muchos quilómetros investigué y me di cuenta de que a medio camino había un lago de sal llamado Tuz Golú. 
Así que fue una parada obligatoria, aunque das un poco más de vuelta merece la pena. 
El lago es inmenso y hay muy poco turismo. Conforme te vas acercando por la carretera ya ves la explanada infinita blanca y todo de indicaciones para llegar a la puerta de acceso.
El lago depende de la época, tiene un aspecto u otro. En esta ocasión estaba seco y la sal depende de como le daba la luz, tenía un tono rosáceo.  El lago tiene una superficie de unos 1700 km², por lo que te puedes imaginar la infinidad de la tierra salina. Entrar allí es encontrarte un ser diminuto. Había una zona muy pequeña con agua con lo que podías hacer fotos divertidas de reflejo. Allí al dar el sol hace muchísima calor, con lo que hay que ir preparado con agua y sombrero. Las gafas de sol también son muy útiles, pues el blanco daña los ojos. Conforme vas andando ves pequeños cráteres que te da la sensación de paisaje lunar. El tiempo es muy cambiante. Mucha gente va descalza por las propiedades que la sal aporta a la piel, y de golpe se giró un viento extremo y todos los zapatos y muchos gorros salieron volando. Por suerte yo no me quité los zapatos y el gorro no se me fue, pero la gente empezó a correr detrás de ellos hasta perder las propiedades de vista que se quedaran para siempre en el lago, pues era inalcanzable cogerlos. Fue un momento divertido, aunque tener que volver sin zapatos no es nada gracioso.
Una anécdota del sitio es que unas chicas turcas me preguntaron que hacía allí, pues no están nada acostumbradas a ver turistas que no sean turcos en esa zona y que les gustaba mucho verme allí.

De camino ya hacia Pamukkale aun sabiendo que íbamos a dormir a medio camino nos perdimos en la Turquía rural y fue una tarde preciosa. Pueblos pequeños con casas rústicas y la gente de pueblos que no hablan nada de inglés.
El final de la tarde nos sorprendió con un atardecer precioso. Sol en un lado de la carretera y tormenta en el otro. 
En las zonas rurales es muy habitual ver campamentos de gente rural que viven en unas condiciones muy mínimas bajo unas chavolas con apenas electricidad y mucho menos agua corriente. De estos campamentos vimos varios durante todo el recorrido.

Durante la ruta también pudimos disfrutar de la fauna local. Al ser zonas más pobres que se dedican a la agricultura y ganadería, vimos a un pastor subido a un burro que no hablaba absolutamente nada de inglés, paseando a sus ovejas que curiosamente tenían el morro de color negro. El hombre era muy simpático, aunque no nos pudimos entender por culpa del idioma. Ese paisaje de las ovejas cruzando la carretera era como volver al pueblo.
Un poco más adelante también pudimos ver un par de zorros, que aunque eran un poco más tímidos y no se dejaban ver del todo tuve la oportunidad de fotografiarlo.

Buscando en internet encontramos a medio camino, aunque no fue fácil una pequeña ciudad con un hotel donde poder pasar la noche.
Antes de llegar paramos en lo que parecía una ciudad de lejos, pero en realidad era un pueblo a cenar. En el centro había una plaza donde había gente sentada en el bar, pero curiosamente no había ni una sola mujer en la calle, eran todo hombres. Había un par de kebabs abiertos y fuimos al que se veía más limpio. 
El chico y las chicas era super simpáticos y aunque no hablaban inglés nos entendíamos con el traductor. Comimos por 1,5 € un kebab de carne cruda, personalmente no fue mi favorito, pero el momento sí que es de los mejores del viaje.

Esta pequeña ruta local por la Turquía perdida fue un verdadero acierto del viaje y aunque fueron muchas horas y muchos  quilómetros, la experiencia mereció absolutamente la pena. La gente del centro es buena, amable y hospitalaria y es increíble como les brillan los ojos  y como quieren conocerte. Hay mucha gente buena por el mundo que merece mucho la pena conocer.